Fuente: Fortune

Por David Kamenetzky y Leopoldo López 

ULos riesgos de hacer negocios con autócratas deberían ser una prioridad para todas las multinacionales tras la invasión rusa de Ucrania.

Las desinversiones apresuradas están costando a las empresas miles de millones de dólares. Es probable que los costos de reputación sean significativos para aquellos que permanecen en Rusia: grupos de alimentos y farmacéuticos, así como HSBC, que, según se informa, ha eliminado la palabra “guerra” de los informes de sus analistas.

Si bien los informes de crímenes de guerra son aterradores, la tentación para las multinacionales será tratar la agresión no provocada de Rusia como un caso aislado y esperar que después del final de la acción militar, los recuerdos se desvanezcan.

Esto sería un error colosal. Las ambiciones expansionistas de China están bien documentadas. Otros regímenes autocráticos están esperando ver cómo se desarrolla la guerra de Rusia. Las empresas deben comprender dos cosas: su propio papel en el apoyo de regímenes antidemocráticos y cómo esto volverá a afectarlos.

Desde el final de la Guerra Fría, los gobiernos y las empresas occidentales han estado demasiado dispuestos a comerciar e invertir en países donde el estado de derecho está ausente o, en el mejor de los casos, es tenue. Hemos tomado su petróleo y gas, cobre y cobalto, tierras raras y silicio, productos alimenticios y productos manufacturados en nombre de la conveniencia. Después de todo, estos bienes son esenciales para la economía global. La historia del crecimiento de China, en particular, ha resultado irresistible para los inversores extranjeros. Durante años, China ha sido el segundo mayor receptor de flujos de IED después de EEUU.

Algunos de nosotros incluso creímos que la globalización conduciría a una convergencia de valores: que el comercio y la inversión en China y los países de la ex Unión Soviética nos unirían más. Nuestras sociedades se volverían más parecidas y prevalecerían los valores y las libertades occidentales.

Qué ingenuos hemos sido. El libre comercio no ha generado cambios de regímenes, y la democracia ha estado en retirada durante décadas, junto con 16 años consecutivos de declive de la libertad a nivel global. Alrededor del 38% de la población mundial vive bajo autocracias, y sólo el 20% de la población mundial vive en un país libre, como lo define el Índice de Democracia EIU y el Freedom House.

Nuestras actividades empresariales y comerciales le han otorgado legitimidad, ingresos por exportaciones, impuestos e inversiones en dólares, empleo y acceso a la tecnología a regímenes autocráticos. De esta colaboración han surgido algunas verdades incómodas. Tal y como el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, nos sigue recordando, son los europeos los que están financiando la Guerra de Rusia al continuar comprando  su gas y su petróleo, retribuyendo así un acto de agresión ilegítimo y crímenes de guerra con altísimos precios de petróleo y gas. 

La segunda verdad incómoda es que los gobiernos occidentales y las empresas están permitiendo que los autócratas desestabilicen nuestras sociedades. De hecho, la libertad de información en occidente le ha permitido al Kremlin inmiscuirse en elecciones. Las plataformas de redes sociales se han beneficiado de la falta de voluntad para regularlas a razón de impulsar el emprendimiento y la creación de riqueza. Son un regalo del cielo para los autócratas que quieren crear tensiones sociales y difundir noticias falsas.

Hasta que la presión pública obligó a Google a excluir de sus aplicaciones a medios de comunicación rusos financiados por el gobierno, el medio de propaganda RT financiado por el Kremlim, tenía más de 4,5 millones de suscriptores en YouTube. No es posible pensar en otro momento de la historia en que los líderes de algunas de las empresas más valiosas del mundo hayan facilitado activamente ataques a sus propias sociedades. Eso habría sido impensable durante la Guerra Fría.

En este nuevo escenario, las corporaciones deben reexaminar urgentemente sus responsabilidades. No deben ser cómplices de la desestabilización de las sociedades occidentales a las que deben su existencia. Este pacto fáustico con los  autócratas debe terminar.

Los gobiernos y empresas occidentales deben enfrentarse al hecho de que los productos que compramos, las inversiones que realizamos, los impuestos que pagamos y los acuerdos que hacemos contribuyen a sostener regímenes no democráticos. Nuestra presencia en esos países  otorga legitimidad a los malos gobiernos. Incluso, en muchos casos, los inversionistas se ven obligados a colaborar estrechamente con las redes cleptócratas. 

Si malos gobiernos optan por cometer crímenes de guerra y genocidio, entonces las empresas occidentales que trabajan con esos regímenes se arriesgan al mismo oprobio que recayó sobre la banca suiza, Ford, e IBM por su colaboración con la Alemania nazi.  

Sólo que las consecuencias se sentirán mucho más rápido. La geopolítica desempeñó un enorme papel en el retraso del escrutinio de las acciones de las empresas y sus ejecutivos durante la Segunda Guerra Mundial.

Con el advenimiento de la economía de consumo y el rápido aumento de grupos defensores de las partes interesadas, hoy en día una instigación similar o hacerse la vista gorda no escaparía tan fácilmente de su responsabilid.

Las empresas se benefician del estado de derecho, de elecciones libres y justas, de gobiernos representativos, libertad de asociación y de información y de todas las demás libertades que damos por sentadas. Estos derechos y garantías han permitido que las democracias liberales prosperen. Todos tenemos la obligación de defenderlas a nivel global.

Lo que esto significa en la práctica es que debemos añadir una nueva dimensión al gobierno corporativo -llámese Libertad o Democracia- para reflejar el hecho de que las libertades democráticas son esenciales para sostener el éxito y la estabilidad de las corporaciones a largo plazo. Este requisito va más allá de la práctica habitual de evaluar el riesgo político y otras amenazas geopolíticas a la rentabilidad. 

Añadir una F a ESG obligaría a las empresas a examinar su impacto en la política y la sociedad más allá del principio de no perjudicar. Además, obligaría a las empresas a explicar lo que hacen para promover activamente los valores democráticos.

Lo que hoy en día se considera un buen gobierno corporativo -el cumplimiento de un código ético y la aplicación de políticas anticorrupción, de derechos humanos y otras similares- se queda en nada cuando las empresas continúan haciendo negocios con autócratas que persiguen a las minorías, atacan a sus vecinos y desprecian el derecho internacional. 

Al igual que los inversores han empezado a centrarse en la viabilidad de las empresas a la luz de las políticas de sostenibilidad, seguramente reconocerán los riesgos a largo plazo de las empresas que hacen negocios en lugares no democráticos. Agregar una F reforzaría el lente de inversión ESG y protegería la estabilidad y rentabilidad de las inversiones a largo plazo. Las empresas que ha están sufriendo pérdidas de miles de millones de dólares tras invertir en Rusia deberían trabajar en un plan B para China o enfrentarse a la posibilidad de que esas pérdidas se agraven en el futuro. 

Sin embargo, está ocurriendo lo contrario. En la carrera por encontrar sustitutos para el petróleo y el gas rusos, el gobierno de Estados Unidos está presionando a Arabia Saudita para que produzca más petróleo, también está explorando alternativas con Irán para aliviar las restricciones existentes, y ha abierto canales de comunicación con Venezuela, un estado fallido, violento, corrupto y autoritario que ha obligado a más de 6 millones de personas, el 20% de su población, a huir al  extranjero, y donde el 94% de la población vive en la pobreza.

Es cierto que la seguridad energética es un reto crítico para cualquier país, pero no debe ser una excusa para ceder a las presiones de las empresas de gas y petróleo que trabajan bajo el mando de autócratas que violan los derechos humanos, aplastan la libertad de sus pueblos y atacan la democracia liberal fuera de sus territorios. 

A diferencia de los años 70, hoy existen alternativas tecnológicas y geográficas para mitigar la dependencia del petróleo procedente de regímenes autoritarios y acelerar la dependencia energética de las energías renovables, la nuclear y el gas natural licuado. 

Si la única consecuencia de la agresión rusa es que los gobiernos y empresas occidentales  cambien su lealtad de un autócrata a otro, entonces no habremos aprendido nada. El mundo seguirá siendo inseguro y seguiremos dependiendo de regímenes inestables.


David Kamenetzky es un inversionista en alimentación y tecnología, antiguo miembro del comité ejecutivo de Anheuser-Busch InBev y Mars, y ex presidente de JAB Investors. Leopoldo López es un líder político venezolano que estuvo en prisión y confinamiento en el régimen de Nicolás Maduro durante siete años, escapó deVenezuela y actualmente es investigador en el Wilson Center de  Washington, D.C.

0