La madrugada del domingo 16 de febrero, dos días antes de mi presentación ante la justicia injusta, allanaron mi casa y la de mis padres, donde estaban mis dos hijos y Lilian, mi esposa. Ese día se presentó Diosdado Cabello ante mi familia, quién llegó con un plan que sólo puedo calificar de cobarde como su autor: Nicolás Maduro. Ese plan no era otro que aprovechar los temores de mi familia sobre la situación en la que me encontraba para manipularla y así convencerla de que lo mejor era que me fuera del país.
Todo empezó con la llegada, minutos antes, de 20 hombres vestidos de negro, con capuchas, armas largas y una orden de captura por terrorismo y homicidio. Luego de requisar la casa e intimidar a mi familia les informaron que el presidente de la Asamblea Nacional estaba en camino y que quería hablar con ellos.
Al llegar, lo primero que dijo fue que lo mejor para todos era que yo me fuera del país, y que incluso, si yo accedía y aceptaba su oferta, él “amablemente” podía ayudar con las gestiones necesarias para tal fin. Lo que no sabía Cabello es que ese mismo día más temprano yo le había hecho llegar mi decisión a mi familia a través de la única persona con quien me reuní durante mi clandestinidad: Carlos Vecchio.
Mi familia, en medio de muchísima tensión, ya albergaba el temor de que a mí me pudiera pasar algo y le había pedido a Carlos que por favor me tratara de convencer para que pensara bien la opción de salir del país. Yo escuché ese mensaje y confieso que como hijo, padre y esposo que soy, lo entendí, porque no es fácil ver a un ser querido en una situación de peligro, y mucho menos sabiendo de lo que son capaces de hacer los miembros de la élite corrupta de la dictadura. Sin embargo, le pedí a Carlos que les comunicara a todos la decisión firme que había tomado: le iba a dar la cara a la dictadura y me presentaría voluntariamente ante una justicia injusta, y eso lo haría el martes 18 de febrero. Fue oportuno y clave que ese mensaje les haya llegado a todos antes, puesto que por ellos saber de antemano cuál era mi decisión le pudieron dejar muy claro a Cabello que yo nunca me iría de Venezuela.
Ante la negativa de la salida del país, Cabello propuso una segunda opción: que yo pidiera asilo y me encerrara en alguna embajada, aclarando que era algo en lo que él también estaba dispuesto a “ayudar” haciendo las gestiones necesarias. La respuesta fue la misma: No.
Me cuentan mis padres y Lilian que la “reunión” fue cordial dentro de lo que cabe decir en un momento de extrema tensión e intimidación como ese. Me cuentan incluso que ante la insistencia de Lilian de que me estaban persiguiendo injustamente, Cabello les reconoció que yo era inocente y que esto era una medida política. Dijo que les tomó por sorpresa nuestro llamado a la calle, sobre todo luego de los resultados de las elecciones municipales donde Voluntad Popular había salido como el partido de la Unidad con el mayor número de alcaldías, de las cuales la inmensa mayoría las ganamos en lugares donde siempre había ganado el PSUV (incluyendo el Municipio Maturín, capital del Estado Monagas, segundo estado en importancia por su capacidad de producción petrolera y casualmente estado natal de Cabello y de donde fue electo como diputado). Esa primera reunión terminó sin ningún acuerdo por una simple y llana razón: no había nada que acordar.
El mismo domingo 16 de febrero, desde la clandestinidad, grabé un video para pedirle al pueblo de Caracas que por favor me acompañara el día martes 18 de febrero en mi presentación ante la justicia injusta. La respuesta del gobierno no se hizo esperar. Esa misma noche, en cadena nacional, Nicolás Maduro volvió a arremeter en mi contra, llamándome terrorista y asesino, y reiterando que la fuerza pública estaba desplegada buscándome. En esa cadena también asomó por primera vez la tesis de que había sectores interesados en asesinarme.
La madrugada del martes 18, Maduro y Cabello, en vista de no haber logrado que me fuera del país ni que me encerrara en una embajada, y faltando ya pocas horas para mi presentación, decidieron aumentar el nivel de presión sobre mi familia. Cabello se volvió a comunicar con Lilian pidiendo otra “reunión”. Nuevamente fue a la casa de mis padres y en esa oportunidad el planteamiento fue otro, el más cobarde de todos. Decía tener información que comprobaba que me iban a asesinar si me presentaba en público: “la derecha fascista lo quiere matar y los colectivos también, y es muy difícil controlar a estos últimos”. Su propuesta fue que, ya que yo había decidido presentarme, que lo hiciera en un lugar “controlado”, sin gente, a excepción de algunos testigos, pero que no lo hiciera en la manifestación porque me iban a matar. “La gente de la derecha va a aprovechar el acto de presentación de Leopoldo para cometer un atentado contra de su vida. Mi recomendación es que se entregue en privado”.
Cómo es lógico un planteamiento de ese calibre expuesto por alguien como Diosdado Cabello tuvo un fuerte impacto sobre mi familia. Desde las 3 de la madrugada Lilian muy angustiada me pedía que no me presentara, que pensara en nuestros pequeños hijos. Lo mismo me pedían mis padres. La angustia de ellos era más que comprensible. Ya la amenaza había escalado a lo más alto que podía escalar, la muerte. Mi madre me dijo: “Leo, piensa en Lilian. Piensa en Manuela y en Leopoldo, tus hijos. Piensa en lo que significa que te estás entregando a una justicia injusta y que no sabemos cuánto tiempo vas a estar en esto”. Lilian y mis padres me insistieron hasta el último minuto y yo, aunque no podía dejar de pensar en ellos ni un solo segundo, siempre me negué a no presentarme. Ya la convocatoria estaba hecha y estaba comprometido con la gente. Ya yo había tomado una decisión que aún hoy mantengo que es la correcta: jamás me iría de Venezuela e iba enfrentar en todos los terrenos, en todos, y en especial en el terreno moral, a la dictadura. La clandestinidad y el exilio no eran opciones posibles porque de esa forma yo iba a quedar prisionero de mi alma.
Ese martes, a las 4 de la madrugada, salí de la casa en donde estuve en clandestinidad hacia Caracas. A las 11 de la mañana me presenté ante una justicia injusta y luego de eso fui trasladado a La Carlota, donde a los pocos minutos llegó Diosdado Cabello*.
Llegamos al hangar de la Guardia Nacional y desde allí se podía ver el gentío tomando las puertas de entrada del aeropuerto. La última vez que había hablado con Cabello fue en el año 2007 cuando él era gobernador de Miranda y yo alcalde del municipio Chacao. Para ese entonces yo había escrito un plan de seguridad ciudadana que se llamaba ‘Plan 180’, que planteaba una propuesta integral para abordar el tema de la inseguridad en Venezuela. Eso lo comencé a escribir, valga el paréntesis, luego de que un compañero de trabajo fuera asesinado en una emboscada que nos hicieron. Su nombre era Carlos Mendoza. Fue asesinado y murió en mis brazos, y como yo no le podía ofrecer nada a su familia para calmar por completo su dolor, me comprometí a elaborar una propuesta para abordar el tema de la inseguridad en el país y evitar que otras familias pasaran por el mismo trauma. Ese plan se lo envié a Cabello y a todas las autoridades nacionales y regionales, porque el resguardo de la vida de los venezolanos así lo pedía, y desde entonces no había vuelto a hablar con él.
Al verlo le pregunté inmediatamente que cómo era eso de que había un plan para matarme. Me dijo que sí, que tenía las pruebas y que había varias grabaciones. Al día de hoy esas pruebas no han sido presentadas y no se conocen porque seguramente no existen. Luego me dijo “Bueno, ¿qué hacemos?”. Yo le contesté “¿Cómo que ‘qué hacemos’? Ustedes son los que me tienen preso”. Ante eso me dijo “la única manera de salir es en helicóptero. El plan es que van a salir 3 helicópteros, nosotros nos vamos en uno hasta Fuerte Tiuna y de allí a tribunales”. Yo accedí con la condición de que le permitieran a mi abogado y a mi familia venir con nosotros también, ya que me vino a la mente el momento cuando el dictador Marcos Pérez Jiménez llamó a Jóvito Villalba para “conversar” luego del fraude del 52, lo que terminó resultando en su exilio forzado. Temía que me pudiesen montar en un helicóptero y sacarme de Venezuela como había sido la “sugerencia” de Cabello.
Pese a la situación en la que me encontraba debo admitir que el vuelo en helicóptero me distrajo por unos segundos, ya que me permitió ver a nuestra hermosa Caracas desde el aire. Me llenó de mucha fuerza y fe ver el mar de pueblo que se derramaba en las calles. La última vez que había volado en helicóptero fue con Iván Simonovis, hoy también preso político, cuando él era Secretario de Seguridad Metropolitana y yo alcalde de Chacao.
Llegamos a Fuerte Tiuna y de allí a los tribunales en una camioneta manejada por el propio Diosdado Cabello. Se había convertido en el ejecutor de mi detención. Logramos conversar durante ese trayecto sobre la situación del país. Le dije que con los jóvenes detenidos en Táchira y Nueva Esparta se estaba cometiendo una tremenda injusticia y que debían ser liberados porque eran inocentes. Confesó mucha preocupación por la situación económica y entre líneas hizo críticas duras a los que llamó “los genios que están manejando la economía que siempre tienen respuestas para todo, pero la situación es crítica”.
Al llegar a los tribunales tuvimos que esperar en el carro porque no estaba listo el tribunal, ni el acta policial, ni la acusación de la fiscalía. Pude presenciar como Cabello llamaba directamente a la presidenta del TSJ y a la fiscal para preguntarles, incluso en tono de dictar órdenes, por qué no estaba listo mi caso. Le pregunté que qué pasaba y me dijo “es que nadie pensaba que te ibas a presentar y no tenían nada listo”, y yo pensé “claro, ustedes creían que yo me iba del país”. Subimos a tribunales y me dijo “es primera vez que piso este edificio”, y yo de nuevo pensé “pero no la primera vez que llamas a un magistrado, a la fiscal y a la presidenta del TSJ para preguntar ‘cómo van las cosas’”.
Esa noche, luego de un primer encuentro con la juez 16 de control, se ordenó mi privativa de libertad en Ramo Verde, a donde me trasladaron en una caravana de motos y camionetas. En la camioneta donde yo iba estaban el general Álvarez Dalls, director del DIM, y el general Noguera, comandante de la Guardia Nacional. La manejaba, por supuesto, el multifacético Diosdado Cabello, quien ese día fungió de policía, fiscal, juez, alguacil, custodio y hasta de chofer.
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