He demostrado, por más de tres décadas, que creo en el derecho a la protesta, como una práctica democrática de personas y comunidades. Creo, además, en la protesta como espacio creativo y de reivindicación que debe conducirnos a una vida mejor. Pero no creo en aquello que niega y conduce al fracaso de las protestas: la violencia fuera de control, con su secuela de muerte y destrucción, despoja la protesta de legitimidad y la empuja fuera del espacio de la convivencia.
Quien protesta no debe olvidar nunca que el cuidado de la Democracia no tiene pausa, que es un deber irrenunciable, que impone límites a todos, sin excepción. La democracia es un régimen perfectible, susceptible de mejorarse, pero cuidando siempre su estabilidad y fortalecimiento.
Con el profundo respeto y gratitud que siento por la sociedad y las instituciones de Colombia, me dirijo a todos aquellos que entienden el valor supremo que tiene la Democracia. Los hechos de violencia que han ocurrido en los últimos días, me obligan, no solo como demócrata, sino como ciudadano de una Venezuela aplastada por la dictadura, a expresar mi preocupación por el modo en que las protestas han derivado en jornadas de extrema violencia.
Tiene la nación colombiana realidades que constituyen un privilegio: un gobierno, encabezado por el presidente Iván Duque, que ha declarado su disposición a escuchar y atender los reclamos, así como un conjunto de instituciones sólidas y competentes, que sabrán actuar ante los casos de violación de los Derechos Humanos, por parte de los agentes de la violencia, sea civiles o uniformados.
Soy uno más, entre millones de venezolanos, a los que nos importa el buen camino de la democracia colombiana, que, por décadas y afrontando los más complejos peligros, ha sabido continuar en su búsqueda de paz y progreso. Por eso digo a mis hermanos de Colombia: no pongan en peligro lo que tantas vidas, sufrimiento y esfuerzos ha costado. La estabilidad democrática es la más alta aspiración de todo pueblo libre.
Leopoldo López