Almuerzo con Leopoldo López
Por Pablo Ximénez de Sandoval
—
Lo relata despacio, fríamente como si fuera algo que acabara de leer. Pasadas las 10 de la noche, el 19 de marzo de 2007, Leopoldo López salió de su oficina en el centro de Caracas, con Carlos Mendoza, para comer algo cerca. De la nada apareció un coche y desde el interior dispararon contra ellos 16 veces. López es uno de los rostros más conocidos de la oposición venezolana. Era la tercera vez que intentaban matarlo. Esa noche, los disparos alcanzaron a su amigo. “Murió en mis brazos”.
Los agujeros de la bala continúan hoy en la camioneta azul en la que se iban a subir. No ha querido arreglarlos. “Los he dejado ahí, como los de Trejo”.
-¿Trejo?
-Sí, Trejo, el que disparó al techo del Congreso de los Diputados.
Leopoldo López (Caracas, 1971) lo cuenta mientras se dispone a comer un solomillo tamaño familiar en un clásico madrileño a 20 metros de la Cámara baja. Está de acuerdo en pedir cañas sin saber que en Madrid es una cerveza de barril (“¡Ah! En Venezuela, caña es alcohol en general”). Solomillo, patatas, cerveza… Es imposible que sea su dieta habitual. “Es que nado y corro desde siempre. Para eso es importante la proteína, pero también los hidratos”. Dice que participa en una carrera a nado que cruza el Orinoco. Son cuatro kilómetros en una corriente tan fuerte “que tienes que nadar en hipérbole: primero contracorriente hasta la mitad y luego a favor”.
López estuvo en Madrid recientemente para participar en el foro Ágora, organizado por la Fundación Internacional y para Iberoamérica de Administración y Políticas Públicas. Allí utilizó su turno para decir que el progreso de Venezuela está lastrado por la corrupción masiva y el clientelismo. No mencionó al Presidente Hugo Chávez. Tampoco lo hace durante la comida si no se le pregunta expresamente por él.
Educado en EE.UU., con un máster en políticas públicas de Harvard, pretende oponer el lema Democracia y vida al Socialismo o muerte oficial. Con 53 asesinatos diarios, el 93% de ellos impunes, López ya está bastante “rendida a la muerte”, como para encima convertirla en eslogan político. Aún así, no cree que el país ha sucumbido a la violencia. Hay muchos factores que lo explican, pero el mejor es este: “En la chiquitita [en el fondo], los venezolanos no somos gente belicosa.
Se presenta como coordinador de Voluntad Popular, un movimiento que trata de conectar redes sociales para crear de una base de alternativa a Chávez. Sus posibilidades electorales no dependen de los votantes. Antes tiene que poder presentarse. En 2008 contaba, según afirma, con todas las papeletas para ganar la alcaldía de Caracas. En el último momento su candidatura fue una de las decenas anuladas por el Gobierno de Chávez en todo el país. La razón oficial fue “insubsistencia” durante su época como alcalde de Chacao, algo así como prevaricación. “Por lo menos conseguí que reconocieran por escrito que no existía pérdida patrimonial”.
El gobierno de Venezuela cambiará en las urnas. Está convencido de ello. “Para no perder la fe hay que estar cargado de optimismo a veces irracional”, dice, una frase que en España tiene nombre y cejas.
—
Nota publicada en la contraportada de la edición impresa del diario español El País.